Tres son las alegorías que describe Cesare Ripa de la Envidia (1593: 143-144; 1603: 241-242). Las dos primeras aparecieron en la edición de 1593, mientras que la tercera se incluyó en la de 1603.
La envidia, hijo mío, a sí misma se hiere
Y viene a diluirse como por encanto
Sin que le valgan las sombras de los cerros o los árboles.
Envidia
Invidus alterius macrescit rebus opimis.
Oh envidia, enemiga de la virtud / que gustosa te opones a todo lo bueno".
Envidia
"Mujer vieja, fea, pálida, de cuerpo seco y enjuto y ojos bizcos. Va vestida del color de la herrumbre, destocada y con los cabellos entreverados de sierpes. Irá comiéndose su propio corazón, que sostiene agarrado entre las manos.
Se pinta vieja porque, por decirlo con pocas palabras, larga y antigua enemistad con la virtud mantiene.
Lleva la cabeza repleta de sierpes, en lugar de cabellos, simbolizándose así sus malos pensamientos, que la mantienen permanentemente entregada y atenta al daño ajeno, y siempre dispuesta a difundir su veneno en el ánimo de las gentes -única actividad que la mantiene tranquila y en reposo-. Y va devorando su propio corazón, por ser este el castigo más propio de la envidia. Por eso dice Iacomo Sannazzaro [Arcadia, 6]:
La envidia, hijo mío, a sí misma se hiere
Y viene a diluirse como por encanto
Sin que le valgan las sombras de los cerros o los árboles.
Envidia
Mujer vieja y mal vestida, con el traje del color de la herrumbre. Ha de llevarse una mano a la boca, como hacen las mujeres desocupadas y de baja condición. Y aparecerá torciendo la vista y mirando de lado, poniéndose a su lado un delgadísimo perro, animal por cuyas manifestaciones notoriamente se conoce que es envidiosísimo, pues todo lo que pertenece a los otros lo querría para él solamente. Sobre esto cuenta Plinio, lib. XXVIII, cap. VIII, que si alguna vez un perro se ve mordido por una serpiente, para no recibir daño, come de ciertas hierbas que por naturaleza conoce; mas por su condición envidiosa, se mantiene en guardia mientras las escoge, para así no ser visto por los hombres.
Mujer vieja y mal vestida, con el traje del color de la herrumbre. Ha de llevarse una mano a la boca, como hacen las mujeres desocupadas y de baja condición. Y aparecerá torciendo la vista y mirando de lado, poniéndose a su lado un delgadísimo perro, animal por cuyas manifestaciones notoriamente se conoce que es envidiosísimo, pues todo lo que pertenece a los otros lo querría para él solamente. Sobre esto cuenta Plinio, lib. XXVIII, cap. VIII, que si alguna vez un perro se ve mordido por una serpiente, para no recibir daño, come de ciertas hierbas que por naturaleza conoce; mas por su condición envidiosa, se mantiene en guardia mientras las escoge, para así no ser visto por los hombres.
Va además mal vestida, porque este vicio es propio sobre todo de la gente baja y de la plebe.
En cuanto a la mano que en la boca lleva, quiere simbolizar que solo a sí misma se perjudica, y que tiene su origen en el ocio la mayor parte de las veces.
Envidia
Mujer delgada, vieja, fea y de lívido color. Ha de tener desnudo el pecho izquierdo, mordiéndoselo una sierpe que se ciñe y enrosca apretadamente alrededor del pecho que decimos. A su lado se pondrá una Hidra, sobre la cual apoyará la mano.
La envidia no consiste sino en alegrarse de los males ajenos, entristeciéndose en cambio por las cosas favorables y beneficiosas que a los demás les suceden, hasta el punto de sufrir un tormento que destruye y devora las entrañas del envidioso.
Es magra y de lívido color, mostrando con ello que así como la lividez suele producirse a causa del frío, así también es fría la envidia, apagando en el hombre todo el fuego y el ardor que la caridad alienta.
La serpiente que le muerde el pecho izquierdo, simboliza el remordimiento que permanentemente desgarra el corazón del envidioso, tal como dice Horacio en sus Epístolas:
Invidus alterius macrescit rebus opimis.
Se pinta una Hidra a su lado, por cuanto su hediondo aliento y su veneno causan mayor mortandad que la de ningún otro animal ponzoñoso. Así también la envidia no persigue sino la ruina de los bienes ajenos, tanto espirituales como corporales. Y del mismo modo que aseguran los Poetas que si se cortara un extremo de la Hidra, otra más renacería, así también la envidia más se crece y se enfrenta con su enemiga la virtud, cuanto más se esfuerza el hombre en extinguirla y apagarla. Por ello dice Petrarca en uno de sus Sonetos:
Oh envidia, enemiga de la virtud / que gustosa te opones a todo lo bueno".