sábado, 30 de julio de 2016

ALDEGREVER [1552] Envidia

Envidia: Mujer sobre un Puercoespín, con Serpientes, Murciélago y Escorpión

Heinrich Aldegrever (1502-1555 ó 1561), pintor y grabador alemán, es el autor de este precioso retrato de la Envidia, fechado en 1552, dentro de una serie dedicada a los Vicios.

La composición es bastante original. El autor huye de forma deliberada de los arquetipos tradicionales. La Envidia se apoya serenamente sobre un terrorífico puercoespín mientras sujeta con mano firme su estandarte, en el que aparecen dos víboras entrelazadas. Ésta es su enseña, y aquéllos sus pérfidos animales: el murciélago y el escorpión. La letra que acompaña el dibujo explica este inusual diseño: Sq[u]alida livoris facies pallore voracis, / Sat genus interni, detegit omne mali ("Mísera y voraz envidia de pálido semblante; perfectamente oculta, muestra todo tu mal"). La Envidia de Aldegrever, efectivamente, oculta su naturaleza (no se muestra devorando serpientes, ni se desgarra el pecho), pero los ponzoñosos animales que la acompañan la delatan, mostrándonos su verdadero ser. 

La víbora es atributo tradicional de la Envidia, representada junto a ella, o devorándola, ya desde la Edad Media, pero no son tan habituales los otros animalejos que aparecen en el grabado, todos ellos alimañas ponzoñosas y de mortal picadura.

La Envidia, devorando una víbora, junto a sus hermanas, la Traición y la Maledicencia (Pèlerinage de la vie humaine, MS Laud. Mis. 740, fol. 77v. Inglaterra, 1425-1450).

El murciélago es el único animal volador que posee dientes, similares a los de la víbora (Plinio XI, 164), siendo tal su ponzoña que con solo tocar los huevos de las cigüeñas los vuelve infecundos (Eliano I, 37). Su comportamiento nocturno es comentado por Isidoro: "El vespertilio recibe su nombre del momento en que hace su aparición: huyendo de la luz, comienza a revolotear a la hora del crepúsculo vespertino con movimientos precipitados" (Etimologías XII 7, 36). 

"Murciégano es llamado en latín vespertilio porque vola o comiença volar después de vísperas quando fallece el sol y comiença la noche. [...] naturalmente el murciégano huy[e] la luz" (Bartolomé Anglicus, Proprietatibus rerum XIII, 39)

Animal abominable (Levítico 11, 19), el murciélago es comparado al envidioso a través de la etimología del término latino invidia (= in/video, "no ver"). Clemente Sánchez de Vercial, en su Sacramental, nos dice: "invidia quiere dezir, "no ver", porque el invidioso no vee ni puede ver los bienes de los otros. [...] La invidia haze muchos males. Lo primero que ciega la vista porque no pueda ver bienes de su próximo. Donde el invidioso es comparado a la Lechuza y al murciélago, que aborrescen la claridad. Donde dize sant Augustín, que la luz que es amada de los ojos que están sanos, es odiosa y aborrescible a los ojos enfermos. Otrosí lo que es vida a otros, al invidioso es muerte". (I, 34. 1544: 16v-17).

Aneau, en su comentario al emblema 71 de Alciato, compara la Envidia con el murciélago: "La Envidia se mantiene de su propio veneno, mirando con remordimiento la alegría del otro; se consume a sí misma, como un murciélago de lengua punzante" (Alciato 1549: 93).

Esta misma naturaleza parece compartir el escorpión, pues siendo el único insecto que tiene un aguijón largo, su picadura puede resultar mortal y, como le ocurre a la víbora, se acarrea su propia muerte cuando nace su prole: "También los escorpiones de tierra engendran pequeñas larvas del aspecto de un huevo en gran cantidad, y las incuban. Cuando este proceso llega a su fin, los padres son expulsados, como las arañas, y perecen a manos de sus hijos, pues muy a menudo nacen un número de crías que rondan las once" (Aristóteles, Historia de los animales, 352a, 555a, 607a. 1990: 217, 293, 470). 

El envidioso, nos dice san Basilio, oculta su verdadera naturaleza, pues le da vergüenza confesar su enfermedad: "[...] si se le pregunta el mal que tiene, le da vergüenza declararlo, no tiene cara para decir: soy envidioso, los bienes de mi amigo son los que me afligen y ponen malo, duélome de la alegría del hermano, no puedo mirar con buenos ojos los bienes agenos, y la felicidad del próximo es la calamidad que yo padezco" (Homilías, 1796: 203). Y es precisamente por no confesar la verdad por lo que esta envidia poco a poco le va consumiendo las entrañas. Se muestra falso y mezquino frente al amigo a quien siente envidia, es como el adulador, que oculta por su propio interés sus verdaderos pensamientos.

Así es el escorpión oculta su verdadera naturaleza, pues "tiene los braços abiertos, y la cola torcida levantada para ferir, ca no fiere en otra manera" (Alfonso de Madrigal, Comento de Eusebio, III, 363. 1507: 126). "[...] el Scorpión es un animal con la boca lamiente y halagüeño, y con la cola punçante y empeciente" (Jerónimo Chaves, Chronographia II, 32. 1534: 120v). No resulta extraño por tanto que en el Prólogo de su Crónica del Perú, Pedro Cieza de León considera al escorpión símbolo del envidioso: "De donde muchos temiendo la raviosa embidia destos escorpiones, tuvieron por mejor, ser notados de covardes que de animosos, en dar lugar, que sus obras saliessen a la luz" (Cieza de León, Crónica del Perú, 1554: A4v-A5).

"El escorpión alaga con la cara, y hyere de la cola. [...] Ay algunos escorpiones que engendran xi, mas la madre los come todos sino uno que le sube sobre la cabeça y la mata en vengança de sus hermanos" (Bartolomé Anglicus, Proprietatibus rerum XVIII, 93; a partir de un fragmento de Isidoro donde se afirma que ciertos escorpiones denominados nepotes devoran a sus crías, excepto a una, que se encarama a sus espaldas y termina por devorar al padre. Etimologías, X, 192).

Pero también el puercoespín es un animal que se acarrea su propio daño. Al igual que la Envidia vive oculto en las profundidades de la tierra: "El puerco espinoso según algunos es llamado errimacio y es semejante al herizo mas es más grande y mora en las cuevas de la tierra" (Bartolomé Anglicus, Proprietatibus rerum XVIII, 57). Y por analogía con el erizo, de este animal se dice que se conduce hacia su propia muerte, pues en estado de desesperación, al verse acorralado por el cazador, lanza una pestilente orina "que es corrosiva, perjudicial para su lomo y sus espinas, sabedores de que se les captura por eso" (Plinio, VIII, 134).